Actuar a favor de las No-personas.

SAN SALVADOR-En la antigüedad los griegos elaboraron el concepto de persona a partir de la situación de los actores del teatro, que usaban las caretas como amplificadores de la voz que sonaba a través de ellas (per-sonare “sonar-a-través”, dirán luego los latinos generando la actual etimología de nuestra palabra persona). Pero para el caso lo importante no es la profesión de actor de teatro, sino precisamente su condición: ser hombres libres. Los esclavos no podían actuar y a ellos los llamaban, precisamente, aprosopos, es decir, aquel que uno no ve, el sin rostro, la no-persona.

Era entonces, como hoy también, el rostro velado de los excluidos, de los marginados, de los mendigos, de las prostitutas, de los niños de la calle, de los postrados en la droga... los olvidados hasta de la comunidad de los derechos humanos.

En el Diccionario de uso del español de María Moliner, persona conduce a humanidad, a ser humano. Y desde este punto de vista, en nuestro mundo occidental hemos hecho profesión de fe de nuestra proclamación de los derechos universales de los seres humanos, sin distinción alguna. Sólo aceptamos que una persona pueda ser considerada privada de derechos de manera excepcional.

Problematizando todo este enfoque diríamos al contrario de la concepción liberal, que centra su discurso sobre los derechos de la persona, nuestra concepción de la justicia debería tener como centro y punto de partida la no-persona, la multitud pobre de nuestro pueblo.

¿Cómo anunciar al no-persona, a los “despersonalizados” que tienen Derechos Humanos? ¿Cómo hablar de los Derechos Humanos a partir del sufrimiento de tantas familias salvadoreñas por la muerte y asesinato de sus seres queridos?, ¿cómo consolar la larga queja de los humillados y de los ofendidos por las estructuras injustas y aparentemente abstractas?

Preguntas que no tienen verdaderas respuestas sino se parte de las mismas víctimas. Y es que la cuestión es compleja: en la realidad latinoamericana y salvadoreña el que las personas sean privadas de sus derechos no es algo excepcional sino lo cotidiano.

Uno de los tantos defectos en la concepción liberal de los derechos humanos es que responde a una visión obsoleta e individualista de los mismos y tiene dificultad para descubrir la complejidad estructural-causal de su violación y no respeta la indivisibilidad e interdependencia entre los derechos civiles y políticos con los sociales, económicos y culturales.

A dos años del gobierno de izquierda no hay duda que el reto es inaugurar otra manera o forma de hacer política. ¿Qué significa hablar de política económica cuando lo que tenemos es más mercado y menos estado? ¿Qué significa para un trabajador promedio salarios competitivos? Lo que arrojan las investigaciones sobre la economía salvadoreña (Góchez y Salgado 2011 Revista Realidad 127) es que en los últimos veinte años, las empresas manufactureras y el gobierno del país, para ser competitivos, como no pueden incrementar su productividad recurren a la estrategia espuria de reducir o disminuir la capacidad de compra de los salarios. ¿Seguirá el gobierno del cambio con la misma estrategia? ¿Seguirá este gobierno apostando a la liberalización de la economía?

Hay que decir que el reto en economía es más que liberalización, se necesita liberación del sujeto o de la no-persona de toda estructura que le oprima. Es el problema de hacer política, de ejercer el gobierno desde el punto de vista de aquéllos que son desposeídos de su dignidad y de su vida.

Si es un gobierno del cambio entonces hay que abandonar el esquema de hacer política “desde arriba” y escuchar a las no-personas, a los estructuralmente excluidos de siempre, los pobres, los que no saben si al salir a la calle morirán a manos de cualquiera de los innumerables armados que nos dan “seguridad” en razón que nuestro “estado” y nuestro “gobierno” está completamente desarmado.

Si es un gobierno que dice que va a cumplirle a la gente, entonces, debe superar el discurso individual burgués de los derechos humanos que no reconoce ni mira a las víctimas, hacia un modelo real y efectivo a partir del compromiso experimentado por ellos mismos, esto es, que la gente pobre y excluida sienta y experimente en su ser que se le trata según la dignidad de la persona humana.

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