Democracia en el cielo.
Moisés Gómez (*)-Ciudad de Panamá-¡Democraticemos
la educación! ¡Democraticemos el espectro radioeléctrico! ¡Democraticemos esto,
aquello, lo otro! Todos tenemos claro que a nuestra sociedad le hace falta “profundizar
la democracia”
En nuestro país El Salvador ya hay luz verde para la campaña
electoral 2014 que culminará con un nuevo presidente, aunque, quisiéramos que
fuera un presidente nuevo. ¿Por qué no podemos tener un presidente nuevo o
mejor dicho, un ejercicio diferente de ejercer el poder que emana del pueblo?
La cultura
democrática se gestiona desde la base, desde los cimientos: la familia, la
escuela, en las empresas, las iglesias, las organizaciones como juntas comunales;
no creo equivocarme si afirmo que la experiencia “política” más cercana del
ciudadano común y corriente es su participación como miembro del consejo
municipal de la alcaldía local y todos sabemos del secuestro de este consejo
por parte del “alcalde” y del partido que lo propone. En todos estos espacios
mencionados es poca o nula la vivencia de la democracia. En cambio, hay
bastante autoritarismo y violencia. Lo cierto es que de todas esas instancias
salen los “futuros” líderes políticos pero ¿dónde han vivido y experimentado
algo así como las cualidades intrínsecas de la democracia?
De acuerdo al
ensayista estadounidense E.B. White: “La
democracia se basa en la suposición recurrente de que más de la mitad de las
personas tienen la razón en más de la mitad de las ocasiones” pero lo
cierto es que ni en nuestras familias ni en las escuelas, ni en las empresas y menos
en las instituciones religiosas o iglesias se le anda preguntando a cada uno de
sus miembros si está o no de acuerdo en las decisiones, que casi siempre toma
únicamente el “jefe” de familia, el “director” de la escuela, el “gerente” de
la empresa o el “pastor”; todo indica que desde niños se nos ha enseñado a
agachar la cabeza por nuestro propio bien. El que levanta la cabeza es
“antidemocrático” y con ello se justifica la violencia para corregir el
problema.
Tenemos un
reto inmenso porque la democracia directa o representativa no flota por sobre
la cultura de la sociedad, el debate democrático no nace en la esfera de los
militantes partidistas, sería como querer tener maíz sin preparar la tierra, abonar
y sembrar la semilla. De la nada no sale nada.
Los ejercicios
de autoritarismo, de prepotencia, de falta de diálogo en nuestros gobernantes
(a los que hemos elegido nosotros mismos) son justamente el fruto y el reflejo
de lo que realmente somos como sociedad: así criamos a nuestros hijos, así se
les ha educado, así se les trata en la empresa ya como empleados, así es de
vertical nuestra iglesia (la que sea). No nos extrañemos de la conducta de
nuestro presidente Funes, ni de la conducta de los diputados donde sobresale el
presidente del Órgano Legislativo (cargos de elección popular); es lo que hemos
cultivado por años, hagámonos cargo de esa nuestra cosecha.
Mientras sigamos
teniendo familias, escuelas, empresas, religiones (y sus liderazgos) autoritarias
y prepotentes seguiremos hablando de “profundizar” una democracia que sólo
existe en nuestro ideario y que jamás ha tenido más realidad que en nuestros
sueños.
Para hablar de
profundizar la democracia necesitaríamos construir esa experiencia día a día, no
podemos profundizar lo que no hay. Podemos restringir la democracia al ámbito estrictamente
político pero ese espacio no está desconectado de las demás dinámicas que
estructuran la realidad social.
La experiencia nos dicta que dado que la
sociedad es un conjunto interrelacionado lo que ocurra en cualquier dimensión
de ella afecta a todo el cuerpo social. En otras palabras no se puede ser
democrático arriba y autoritario y antidemocrático abajo.
http://bit.ly/1bibP8v
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(*)Columnista de ContraPunto
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