Los mitos de la democracia salvadoreña..
Los mitos de la democracia salvadoreña..
Moisés Gómez (*)
SAN SALVADOR-Nuestra democracia
de por sí incipiente y por lo demás de todos conocida, una institución débil
por la falta de voluntad de nuestros liderazgos nacionales que se favorecen de
la fragilidad de una institución tan importante para la convivencia social.
A pesar de la fragilidad y
debilidad de la democracia se insiste hasta la saciedad que nuestra democracia
es eficiente, liberal y laica. Se trata de tres mitos que siendo eso, puros mitos,
aún así se perciben por las mayorías como si fueran realidad. Veamos uno por
uno esos mitos, que aunque hay más, creo que los que enumero sintetizan a los
demás mitos de la democracia.
El mito de la productividad: los
medios de producción en pocas manos son más eficientes que si estuvieran en
muchas manos, esto para decirlo en pocas palabras. Ignacio Ellacuría y la UCA
en 1976, desenmascararon este mito defendido por la ANEP, que en aquella fecha
se opuso duramente al proyecto de transformación agraria que se impulsó desde
el gobierno de turno. Este mito descalifica el cooperativismo, la solidaridad y
la fraternidad en un contexto de mercado, en razón que éste es profundamente
egoísta y así funciona perfectamente.
Parafraseando a Ellacuría: el
mito de la productividad está a la base del subdesarrollo y de la injusticia
social en El Salvador. Alrededor del mito de la productividad podemos encontrar
un cinturón de conceptos ideologizados e ideologizantes: competencia,
eficiencia, libre empresa, propiedad privada, globalización, mercado libre y
derechos humanos. Si, también los derechos humanos salen afectados, pero más
que todo el sujeto de los derechos humanos: la dignidad de la persona está
supeditada a la producción, la persona más digna es la que más produce y, por
lo tanto, aquella más eficiente desde el punto de vista productivista; si usted
no sirve para producir no tiene derecho a vivir o mejor dicho no sirve para
vivir…
El mito de la república liberal:
se ha dicho que somos una república liberal, por un lado implica la separación
y la independencia relativa entre el poder ejecutivo, judicial y legislativo.
Por otro lado implica la separación entre sociedad civil, sociedad política y
el Estado. En este contexto ideal la democracia sería la mediación para
resolver los conflictos entre los diversos actores sociales.
También cuando se hace referencia
al liberalismo se entiende que hay personas con autonomía intelectual y desde
este presupuesto se habla de autonomía de la sociedad civil frente al Estado,
las personas son capaces de guiarse por sí mismas y las instituciones son
respetuosas de la libertad de los sujetos que las integran. Las personas
distinguen entre la esfera privada y la esfera pública y el uso de la libertad
individual no entra en conflicto con el respeto al orden público.
Las instituciones liberales están
guiadas por la razón y el bien común. No se pensaba que una institución liberal
como sea la economía de mercado, la administración justicia, la democracia
representativa y los partidos políticos fuera un coto de caza de algún grupo o
sector minoritario con poder absoluto.
En nuestro país todo lo contrario,
no se trata de poner en tela de juicio el hecho que la Asamblea nombra a los
funcionarios de segundo grado (Fiscal, Magistrados de la Corte Suprema de
Justicia -CSJ- y Procurador, entre otros.) Estoy afirmando que en la práctica
política no hay tal separación e independencia de poderes, lo que hay es
control y sometimiento de la CSJ por parte de la Asamblea Legislativa; existe contubernio
entre la Corte de Cuentas y los partidos políticos que forman parte de la
Asamblea legislativa.
En el caso salvadoreño la
sociedad civil está secuestrada por los mismos intereses políticos y económicos
dominantes que se han montado en un caballito, que debería estar llamado a ser
una instancia, que por estar separada de la esfera política, (los partidos
políticos) y de la esfera estatal (representada por el poder ejecutivo),
debería ser la voz de la cordura, la decencia y la honestidad de los desmanes
de políticos y funcionarios de gobierno. Sin embargo, en la realidad
salvadoreña la sociedad civil está cautiva de sindicatos amañados; fundaciones
sin fines de lucro pagadas por transnacionales; tanques de pensamiento que de
liberales tienen lo que Marx tenía de marxista; movimientos socialistas que
condenan el militarismo del imperio gringo o israelí, pero callan ante el militarismo y
autoritarismo chavista o chino; por defensores de la libertad de expresión que
monopolizan y distorsionan la realidad y que no toleran la expresión libre de
las ideas ni los espacios alternativos para la difusión de esas ideas por
radio, prensa o televisión que no sean de su propiedad; por asociaciones que
defienden la vida humana del no nacido
pero hacen la vista gorda ante el niño que mendiga por las calles…, y así entre
otra malas hierbas.
En este sentido la desobediencia
de la Asamblea Legislativa a los fallos de la Sala de lo Constitucional revela
la falta de independencia y autonomía y la ausencia real de un verdadero Estado
republicano, liberal y democrático en nuestro país.
El mito de la laicidad: se dice
que somos un Estado laico cuando en realidad somos un Estado confesional y la
religiosidad, sea esta católica o protestante, está metida en nuestra constitución
y en nuestra personalidad (y lo digo en sentido literal y figurado).
Estrictamente hablando un Estado laico implica una vida laica. Hablamos de
estructurar la vida cristiana alrededor de la realidad secular. En este mundo
secular no cabe la despenalización parcial del aborto, la diversidad sexual, el
matrimonio entre personas del mismo sexo; se ha condenado al comunismo y al
neoliberalismo. Aunque sean realidades vigentes que se imponen no se reconocen
porque riñen con la ética cristiana.
En el mundo laico la religión cristiana ya
no tiene el peso que tenía antes y no se la reconoce como la sustancia que
configura nuestro modo de pensar y actuar y, sin embargo, la religión y la
religiosidad están allí socavando nuestros esfuerzos por humanizarnos más. En
el caso salvadoreño por más que lo digamos y nos demos paja como dicen, nos
guía más la fe (ingenua por supuesto) que la razón liberadora. Personalmente no
quiero un mundo laico sino un mundo más humano.
(*) Colaborador de ContraPunto
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