El laberinto militarista salvadoreño.

Moisés Gómez (*)

SAN SALVADOR-Con ocasión del nombramiento de un general en el Ministerio de Justicia y Seguridad Pública y posteriormente el nombramiento de otro general a cargo de la Policía Nacional Civil se ha generado un debate entre los que afirman que se ha militarizado la seguridad del país y aquellos que rechazan que con tales nombramientos se esté militarizando la seguridad.
En una sociedad tan polarizada ideológicamente como la nuestra es bastante común considerar la realidad desde un solo aspecto sin posibilidades de matizar. No es mi interés atacar al FMLN, al gobierno ni a las otras fuerzas políticas. Mi interés es proponer una posible clave para comprender lo que nos pasa socialmente.

Definamos el militarismo: es la ideología que sostiene que la fuerza militar es la fuente de toda la seguridad. En lo político se ha expresado con el lema si quieres la paz, prepárate para la guerra.

Con el concepto de militarismo no me refiero aquí únicamente a la mentalidad de los miembros de un ejército o fuerza armada tradicional. Me refiero al componente de la ideología militarista determinante de las formas de pensar de las personas dentro de la estructura social. La coyuntura actual refleja que el militarismo está metido de lleno en las mentes de los políticos, de empresarios y en términos generales, alcanza a todos los sectores de la vida nacional. Obviamente hay excepciones y podemos ver sus manifestaciones en personas, grupos o colectivos altamente concientes de la necesidad de superar este militarismo, pero no son la regla.

Uno pensaría que un gobierno de izquierda jamás nombraría en temas de justicia y seguridad a un militar; lo mismo se pensaba para la dirección de la PNC nunca un gobierno de izquierda nombraría un director que unos días antes fungiera como Vice Ministro de la Defensa Nacional. La coyuntura refleja además que el militarismo como ideología parásito es promiscua: convive con la ideología de izquierda o de la derecha; con creyentes y con ateos, con obreros y con profesionales, con feministas y con machistas, etc., incluso dentro de la democracia tiene su lugar dentro de los límites de la constitución.

Es la sociedad salvadoreña vista en su conjunto la que es militarista, doscientos años de historia se pueden resumir en la historia militar de nuestro país. Desde los procesos independentistas hasta los Acuerdos de Paz el recurso de las armas y la disposición de grandes números de personas dispuestas a usarlas han definido el curso de nuestra historia. Todavía escucho a dirigentes de la ex guerrilla del FMLN explicar que si no se logró obtener más, en la negociación de los acuerdos, fue por falta de fuerza militar: se negoció hasta donde alcanzaba la cobija de la presión militar que ejercían. Una situación que confirma la confianza que tenemos en el uso de la fuerza y de la violencia es el combate contra las pandillas: los gobiernos de Arena implementaron los famosos planes Mano Dura y fueron diseñados por “civiles”; hoy está en poder la izquierda y la solución es combinar capacidades y estrategias del Comando Anti-terrorista de la FAES y formar cuadros dentro de la PNC y así crear el Grupo de Intervención Anti-pandillas, básicamente ideado por expertos militares ¿cuál es la diferencia entre uno y otro plan?.

Creo que nos perdemos en el debate cuando creemos que portar o no un uniforme militar es lo que define y diferencia una sociedad militarista de una sociedad civil.

Buscando una explicación a este fenómeno. Evidentemente tenemos un problema y me atrevo a pensar que tiene que ver con el poder como dominación.

La sociedad salvadoreña establece sus relaciones sociales dejándose regir por la relación mando/obediencia. Y este es el verdadero carácter que diferencia a una sociedad militarista de una civilista. Hemos comprendido que tener poder es mandar y al que no se deja someter por esta relación se le impone por la fuerza.

Obviamente el ejercicio de este poder como dominación está en relación con los recursos que cada uno tenga así quien tiene más recursos manda más. Hannah Arendt cuando analiza la relación entre poder y violencia (dominación) concluye que ambos son opuestos donde hay violencia no hay poder. Para ella, la noción de poder “corresponde a la capacidad humana, no simplemente para actuar, sino para actuar concertadamente”. El gran desafío de una sociedad como la nuestra es construir relaciones de poder más allá de la relación mando/obediencia, pero no hay que ser ingenuos y hay que preguntarse ¿a quién le conviene una sociedad militarizada? ¿Qué negocios prosperan? ¿Qué intereses se oponen a la transición hacia una sociedad civil?

Una sociedad organizada por esa relación de dominación necesariamente recurre a la violencia ya sea institucional ya sea política, económica, religiosa o cultural. En una sociedad militarizada donde predomina la relación social mando/obediencia la violencia tiene sentido aunque sea irracional porque no hay reconocimiento mutuo entre las personas como sujetos; es este no reconocimiento el que no permite dialogar, concertar y tomar decisiones para la acción política.

Al no existir este reconocimiento se impone la dominación de unos sobre otros en un ciclo sin fin. Como dice Arendt las armas únicamente cambian de manos.
(*) Colaborador de ContraPunto.

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